02 diciembre 2008

La eutanasia.

Por Anselmo Melgar Rojas
“A LA TARDE DE LA VIDA OS EXAMINARÁN DEL AMOR” San Juan de la Cruz
Introducción
Antes de abordar propiamente el tema de la eutanasia con base en la lectura de la Sentencia C-239-97 de la Corte Constitucional Colombiana, he querido hacer esta breve introducción acerca del telón de fondo sobre el que se asienta este dilema ético: la muerte, y sobre una serie de términos técnicos que se refieren a ese derecho inalienable de todo ser humano a morir con dignidad. Si en el S. XVII Descartes buscaba una idea clara y distinta sobre la que fundamentar todo el edificio de su filosofía, todo hombre con buen juicio y con un mínimo de sentido común la encuentra en el hecho ineludible y cierto de la muerte. ¿Qué hay más claro y distinto que la certeza de morir? El hombre es el único ser viviente que sabe, que conoce que va a morir. Toda vida humana se dirige, inexorablemente, de manera innegable, y de forma natural, hacia su acabamiento, hacia su ocaso. La higiene, el uso de antibióticos y, en general, el desarrollo de la medicina, han obtenido buenos resultados en la prolongación de la vida. Pero, a pesar de ello, y aunque muchos pueblos y gentes se han mostrado interesados en encontrar el secreto de la larga vida (como por ejemplo los egipcios creyeron que el comer ajo sería favorable a una vida larga), la muerte es la condición natural del hombre y el fin “próximo” hacia donde se aboca toda vida humana. Por este motivo, todo hombre reclama, y hasta exige, el derecho a tener una muerte digna, una “muerte normal”, hecho que se denomina también con la palabra “ortotanasia”. Por otra parte, desde la religión católica, y como un dato revelado que se añade a lo que el hombre puede indagar con la razón, éste es una criatura dependiente de Dios, tanto en la vida como en la muerte, y debe ser tratado con la dignidad que supone haber sido creado, así, a su imagen y semejanza. “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos” (Rom 14, 7-8; Fil 1, 20). Otros términos afines y relacionados con el tema de la muerte digna del hombre son, por ejemplo, “distanasia”, que es el intento de alargar la vida de una persona con medios extraordinarios y económicamente costosos. Por el contrario, “adistanasia”, significa el abandono, la omisión, el prescindir de los medios que mantengan las constantes vitales de un enfermo terminal que se encuentra ya en estado agónico. Así, por ejemplo, si tuviéramos que aplicar la distanasia a un enfermo en fase terminal (lo que comúnmente suele llamarse también como “ensañamiento o encarnizamiento terapéutico”) cuando ya ha dado señales de muerte clínica (por ejemplo, un electroencefalograma plano), con el pretexto de alargar su vida para así llevar a cabo el ensayo clínico de un nuevo producto farmacéutico, sería un modo de proceder totalmente contrario a la dignidad de la persona humana. Pero, ¿qué queremos decir cuando hacemos referencia a la palabra eutanasia? Ciertamente, la diferencia entre esos términos antes mencionados de distanasia, ortotanasia o adistanasia con respecto a la eutanasia, no está en establecer unas determinadas acciones concretas, sino que esa diferencia viene dada por la intención y los fines que se persiguen. En concreto con la eutanasia, la muerte es querida y buscada. Veámoslo con más detalle.
1. DEFINICIÓN DE EUTANASIA
El término “eutanasia” deriva del griego “eu” (bueno) y “thánatos” (muerte), y significa, por tanto, “morir bien”, “buena muerte” o “muerte sin sufrimiento”. A veces hasta se usa el término “dar muerte piadosa u homicidio por piedad”. “El homicidio por piedad, según los elementos que el tipo describe, es la acción de quien obra por la motivación específica de poner fin a los intensos sufrimientos de otro” (sentencia C-239/97). “La piedad es un estado afectivo de conmoción y alteración anímica profundas […] que mueve a obrar en favor de otro y no en consideración a sí mismo” (sentencia C-239/97). De esta manera, por su etimología, ya desde la antigüedad la palabra eutanasia significaba una muerte dulce, sin sufrimientos atroces. Por el contrario, actualmente con la palabra eutanasia se quiere designar, en primer lugar, a aquella intervención médica encaminada a atenuar los dolores de la enfermedad y de la agonía de un enfermo, aún con el riesgo de poner en peligro la vida de la persona. Y, en segundo lugar, en un sentido más estricto, se utiliza con el significado de “causar la muerte por piedad” (o también llamado “homicidio por piedad”), para eliminar radicalmente los últimos sufrimientos a los enfermos incurables y no prologarles, así, su vida desdichada ni imponer excesivas y pesadas cargas a la familia o a la sociedad. Hay que hacer notar en primer lugar que el prefijo “eu” adquiere en esta palabra un carácter de eufemismo , ya que los adjetivos “buena”, “suave”, “dulce”… que califican y acompañan al sustantivo “muerte” en el vocablo “eutanasia”, pretenden evocar un cierto aspecto positivo de piedad, conmiseración, misericordia o compasión, una muestra de respeto o de cortesía, una conducta condescendiente… hacia el enfermo desahuciado que sufre una agonía atroz y dolorosa en la cama de un hospital o hacia la persona anciana abandonada, demente y sin conocimiento alguno de la realidad exterior. A pesar de este aparente gesto de nobleza, generosidad y buena intención, en rigor, lo que caracteriza a la eutanasia es una acción que induce la muerte directa de un ser humano, y esto, va absolutamente en contra del derecho a la vida que tiene cualquier persona. De ahí, que me parece muy necesario y conveniente no entender esta palabra en un sentido aislado, sino adjetivarla o aquilatarla conceptualmente con otros términos en una definición completa para comprender con exactitud su significado y expresar fielmente su naturaleza real. Al respecto, puede ser útil recoger esta definición: “Llamaremos eutanasia a la acción u omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte a un ser humano con el fin de eliminar el dolor y evitarle sufrimientos; bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de la calidad mínima para que merezca el calificativo de digna” . En esta definición pueden apreciarse todos los elementos que integran y configuran el complejo fenómeno de la eutanasia. En ella, la muerte debe ser buscada intencionalmente, es decir, ha de ser el objetivo primordial de la acción (mediante la administración, por ejemplo, de substancias tóxicas mortales) u omisión (negar la asistencia médica debida, normal y “proporcionada”) . Es preciso concretar muy bien el fin que se busca con la actuación o la abstención sobre un enfermo: ¿se pretende respetar el derecho que tiene como hombre a una muerte digna o, por el contrario, busco acabar con su vida? Los motivos son también elementos substanciales para hablar de eutanasia con propiedad. La eutanasia, ya sea pedida por el mismo que quiere morir , o bien sea realizada por otras personas, debe estar motivada por la eliminación de cualquier sufrimiento o dolor, presente o futuro (pero previsible), o porque se considere que la calidad de vida de la víctima no alcanza un mínimo aceptable, o porque se juzga que aquella vida es inútil.
2. TIPOS DE EUTANASIA
Las diversas definiciones y “modalidades” que encierra el término eutanasia no resuelven por sí mismas el problema moral a que se refieren, ya que el problema de base sigue en pie. Pero, a pesar de ello, se puede distinguir entre: • Eutanasia por piedad, que busca liberar de una enfermedad terminal incurable, de una vejez angustiosa, etc. • Eutanasia eugenésica o social, pretende eliminar vidas “sin valor vital” o con el único fin de purificar la raza. • Eutanasia voluntaria: cuando el mismo paciente se induce la muerte sin el conocimiento ni la cooperación de otras personas. O cuando es provocada por otros a petición del enfermo o con su consentimiento. • Eutanasia involuntaria: cuando la muerte es provocada contra la voluntad del paciente o sin su consentimiento. • Eutanasia pasiva, indirecta o negativa: se trata de la omisión de un tratamiento eficaz. • Eutanasia activa, directa o positiva: engloba las acciones o intervenciones con las cuales se causa la muerte de la persona (sobredosis de fármacos somníferos o inyección de cloruro potásico)
3. MORALIDAD DE LA EUTANASIA INVOLUNTARIA, POSITIVA O ACTIVA
¿Es moral abreviar la vida de los enfermos graves y sin posibilidad de curación? ¿Es moral acelerar el final de esos pacientes o, en general, de los ancianos y de las personas que ya no son productivas para la sociedad? ¿Es moral dar muerte a enfermos incurables que están aquejados de gravísimos dolores? Éstas y muchas otras preguntas nos colocan frente al enjuiciamiento moral de la eutanasia. El problema reside en averiguar si cualquier autoridad pública o privada puede por la fuerza quitar la vida a un persona inocente. En la historia de humanidad son muchos los casos de eutanasia involuntaria. Un ejemplo de ésta es la orden de Hitler quien estableció la eutanasia eugenésica en octubre de 1939. Por ello, más de 80 mil pacientes mentales de Alemania y Austria, epilépticos, débiles mentales y personas deformes fueron ejecutadas en cámaras de gas entre 1940 y 1941. Otro ejemplo lo tenemos en Napoleón que en 1779 pidió a su médico militar aplicar la eutanasia a soldados infectados con enfermedades contagiosas para frenar su propagación. O el caso de la señora belga Zusanne Coipel Van de Put que en 1962, quien ingirió talidomida durante el embarazo y dio a luz una niña que nació sin brazos, con un rostro desfigurado y otra serie de anomalías. Cuando llegó a casa tomó la decisión de no permitir que la niña sobreviviera, y ella misma hizo una mezcla de barbitúricos que endulzó con miel y con la que dio muerte a su criatura de tan solo ocho días. El hecho de que el hombre en determinadas circunstancias, por medio de la eutanasia, pretenda disponer de la propia vida o de la vida ajena, no presenta únicamente la ineludible gravedad personal; no es sólo un tema de moral individual, sino que conlleva un problema ético que afecta a la sociedad y al régimen jurídico por el que se rige la convivencia social. Esto es un factor agravante del problema por el hecho de que actualmente ésta aparezca como una demanda constante y unánime de algunos partidos políticos, buscando la regulación jurídica de la misma. La vida humana y su ocaso natural tienen un componente social que hace que ésta no sea exclusiva de las personas. El Estado tiene la obligación de proteger tanto la vida como la muerte digna de sus ciudadanos frente a otras personas o frente al titular de la misma. Hay, por tanto, un deber cívico de permanecer vivo y de morir con dignidad. Por otra parte, es necesario hacer notar que “aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos” . Estos cuidados incluyen, entre otros: la higiene general, la hidratación y la alimentación adecuada, el tratamiento que mitigue el dolor (como principal síntoma de disconfort en muchas enfermedades terminales), la atención a su estado de ánimo, el acompañamiento, el diálogo y la cercanía, etc. Ahora bien, hay que evitar el uso de medios extraordinarios que prolonguen la vida de un enfermo con un proceso patológico irreversible. Es decir, hay que omitir aquellos medios que son desproporcionados, de excesiva complejidad y coste, y que ofrecen pocas esperanzas de éxito. Esta omisión no es eutanasia, y es lícita . Al respecto, para hacer una buena valoración de la proporcionalidad terapéutica y de la intervención médica a un enfermo, se hace necesario tener en cuenta muchos elementos (donde tienen una importancia fundamental los comités éticos intrahospitalarios), como por ejemplo: el tipo de terapia, el grado de dificultad que conlleva su aplicación, el riesgo que comporta (efectos secundarios del tratamiento), los gastos que acarrea a la familia y al Estado, las propias condiciones del enfermo, etc. Por último, mediante la praxis de la eutanasia se elige la muerte de la persona porque entran en conflicto dos valores: “el valor de la vida humana” frente “al valor que tiene el dolor (físico o moral) que ocasiona el vivir”. Cuando una persona se encuentra ante esta encrucijada los partidarios de la eutanasia dicen que debe escoger siempre “el mal menor”. Y como la prolongación de un sufrimiento inútil es un mal mayor en comparación con procurarse una muerte inmediata, se ha de escoger ésta última. Ciertamente, si hay que emitir un juicio moral sobre la eutanasia voluntaria positiva, como aquella intención explícita de eliminar una vida juzgada como no digna para ser vivida, se debe contestar, sin ningún género de dudas, que no es una práctica lícita en ningún caso, cualesquiera que sean las razones que se aduzcan. Ya que, en todo caso, si hubiera que resolver un dilema ético en el momento de la muerte de un enfermo terminal, sólo cabe afrontar el conflicto que puede presentarse entre “el valor de la vida humana” y “el derecho a morir con dignidad”, puesto que en tales situaciones es evidente que vence el derecho a una muerte digna frente a prolongar la vida de un modo indigno. Pero esto no es “eutanasia”, sino “ortotanasia”, como ya he explicado arriba.
4. ARGUMENTOS QUE SE EMPLEAN PARA PROMOVER LA LEGALIZACIÓN DE LA EUTANASIA VOLUNTARIA POSITIVA (SENTENCIA C-239/97 DE LA CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA)
Habitualmente se suele promover la legalización de la eutanasia y su aceptación social y jurídica con base en cinco clases de argumentos. No todos los partidarios de la eutanasia aprueban los cinco íntegramente, pero todos están de acuerdo y aprueban los dos primeros: • Todo hombre tiene derecho a una muerte digna, el cual, incluye el “denominado homicidio pietístico o eutanásico […] u homicidio por piedad […] con el propósito de poner fin a los intensos sufrimientos que padece el enfermo” (C-239/97). Además, es un derecho expresamente querido por quien padece sufrimientos atroces. Y, aunque ciertamente, el derecho esencial que debe asistir a todo ser humano, siempre, es el de la vida, cuando las condiciones de salud se han perdido, y la enfermedad lleva a quien la padece a una situación irreversible, cabe preguntarse si se está cuidando la vida o prolongando la agonía. La vida de una persona que sufre una enfermedad terminal ha venido a ser inútil para su familia, para la sociedad y para el mismo paciente. Nadie saca ningún provecho de que su vida se continúe, cargada como está con el peso del sufrimiento. Así como se tiene un derecho a vivir con dignidad, se debe tener un derecho a morir dignamente y sin sufrimiento. “Nada tan cruel como obligar a una persona a subsistir en medio de padecimientos oprobiosos” (C-239/97). “El derecho fundamental a vivir en forma digna implica entonces el derecho a morir dignamente, pues condenar a una persona a prolongar por un tiempo escaso su existencia, cuando no lo desea y padece profundas aflicciones, equivale no sólo a un trato cruel e inhumano […] sino a una anulación de su dignidad y de su autonomía como sujeto moral” (C-239/97). • Todo hombre tiene el derecho a disponer de su propia vida, en función de su libertad y autonomía individual. El hombre es dueño de su propia vida. Y, “la Constitución se inspira en la consideración de la persona como un sujeto moral, capaz de asumir en forma responsable y autónoma las decisiones sobre los asuntos que en primer término a él incumben” (C-239/97). Todas las personas tenemos un derecho a la libre disposición de nuestras vidas. Por tanto, todo enfermo que se encuentra en una situación de enfermedad terminal irreversible, y está abocado a una muerte próxima, considerando que su vida carece de la calidad mínima para que merezca el calificativo de digna, debe reconocérsele la facultad de decidir, pedir o solicitar que se lleve a cabo la acción eutanásica. Así, cada hombre tiene un derecho a disponer de su propia vida, y puede reivindicar a favor de este derecho la autonomía personal como parte integral de la dignidad humana y expresión de ésta. Esta libertad que todo hombre tiene no debe cohibirse a menos que haya razones convincentes de que su libertad entra en conflicto con los derechos de los demás. “El Estado no puede oponerse a la decisión del individuo que no desea seguir viviendo y que solicita le ayuden a morir, cuando sufre una enfermedad terminal que le produce dolores insoportables, incompatibles con su idea de dignidad” (C-239/97). “No se trata de restarle importancia al deber del Estado de proteger la vida sino, de reconocer que esta obligación no se traduce en la preservación de la vida sólo como hecho biológico” (C-239/97). Es más, resulta inhumano e insensato conservar en vida a un paciente terminal cuando ya, ni él mismo, quiere vivir más. • Se hace necesario, además, regular una situación que existe de hecho, ante el escándalo de su persistencia en la clandestinidad. ¿Por qué realizar este ocultamiento sistemático? ¿No es un hecho ya generalizado en muchas clínicas y residencias de ancianos? ¿Por qué privatizar la muerte narcotizada de los hospitales públicos y privados? • Representa un verdadero progreso humano moral y cívico el suprimir la vida de los deficientes psíquicos profundos o de los enfermos en fase terminal, ya que se trataría de vidas que no pueden llamarse propiamente humanas. Una vida en determinadas circunstancias puede recibir el calificativo de indigna. Además, no debe intentarse prolongar la vida cuando ésta no se pueda vivir, haciendo del paciente no un ser humano, sino un caso clínico interesante o un número del hospital. • La eliminación de unas vidas sin sentido es una manifestación de solidaridad social; es un gesto de delicadeza para con la propia familia y para con la sociedad; se “obra con un claro sentido altruista” (C-239/97), ya que estos enfermos o ancianos constituyen una dura carga para los familiares, y una fuente de gastos para la propia sociedad. ¿Por qué aceptar una forma de existencia en circunstancias limitadísimas, sacrificando, en cierta forma, a parientes y amigos? “El Estado colombiano está fundado en el respeto a la dignidad de la persona humana […] la solidaridad [es] uno de los postulados básicos del Estado Colombiano, principio que envuelve el deber positivo de todo ciudadano de socorrer a quien se encuentra en una situación de necesidad, con medidas humanitarias […] Y no es difícil descubrir el móvil altruista y solidario de quien obra movido por el impulso de suprimir el sufrimiento ajeno” (C-239/97).
5. ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA EUTANASIA VOLUNTARIA POSITIVA
• El principio de inviolabilidad de la vida humana. El hombre no es dueño de su propia vida, ni de la vida ajena; no le pertenece a él, por lo que no puede disponer de ella bajo ningún concepto. Toda la tradición occidental y la filosofía moral teísta se han manifestado contra la muerte directa de uno mismo, sea solo, sea con la ayuda de los demás. La razón principal a favor de esta posición es que Dios posee el dominio directo sobre la vida humana. El hombre sólo es administrador de su propia vida, pero no su propietario. Pero, desde un plano puramente racional, la vida es un bien, y el más alto en el orden natural. Si no hubiéramos venido a la existencia habríamos permanecido en la nada, en la más absoluta ausencia de realidad. Además, si se piensa un poco más advertimos que la vida nos ha sido dada como un don, pues, nadie se da la vida a sí mismo. De ahí que, la dignidad de la vida humana es inviolable; ninguna vida carece de valor. Además, podemos preguntarnos ¿cuál es el fundamento y el criterio de la moralidad? En primer lugar la naturaleza humana racional es el principal factor sobre el que se asienta nuestra dignidad. Por eso, podríamos plantearnos: ¿es la eutanasia voluntaria positiva una intervención razonable propia de nuestra naturaleza? ¿Constituye esta acción un factor humanizante para el individuo implicado y la sociedad que la aprueba o, por el contrario, deshumaniza al hombre? • La superioridad de la vida sobre todo otro valor. “La vida es el fundamento de todos los bienes, la fuente, la condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social” . Nada supera el valor de la vida, ni una enfermedad especialmente dolorosa y prolongada, ni la existencia penosa del enfermo mental grave y, menos aún, la vida deteriorada de un anciano. Argumentar que es mejor morir que vivir en tales situaciones, es tener un sentido utilitarista de la existencia humana, aceptando un bien secundario en contra de otro que es primario, fundamental y substancial. Al argumentar de este modo debe evitarse, ciertamente, cualquier racionalismo frío y calculador. Es necesario comprender el grave y doloroso estado en el que se encuentra un enfermo incurable (y, aún más si es joven); es preciso atender el sufrimiento del anciano o la carga familiar, y aún social, que provocan ciertas situaciones. Pero, en tales condiciones, no podemos tampoco recurrir al sentimentalismo ciego e irracional, a la falsa compasión, a un falso sentimiento humanitario o a una piedad fingida, invento absoluto del paganismo materialista. Tales estados lastimosos no se solucionan procurando la muerte al paciente, sino dando soluciones más humanas, cercanas a la persona del enfermo. Precisamente, porque la persona es digna, debe tratarse con dignidad y, dado que el paciente se encuentra en una situación lastimosa, es más digno de nuestro afecto y de un trato respetuoso. A este respecto, no son insensibles ni ajenas las instituciones hospitalarias, el personal sanitario y, menos aún, los amigos y familiares del que sufre. La eutanasia es innecesaria porque los tratamientos alternativos existen. Muchas veces se cree que únicamente hay dos opciones para los pacientes con enfermedad terminal: o ellos se mueren lentamente en sufrimiento permanente e inhumano, o reciben sin ningún género de dudas la eutanasia, la “buena muerte” o “dulce muerte”. Es necesario señalar que hay un punto intermedio en los tratamientos gracias al desarrollo de la Medicina Paliativa, que en los últimos años ha demostrado que virtualmente todos los síntomas desagradables que se experimentan en el proceso de enfermedad terminal pueden aliviarse por las técnicas disponibles. Hay que eliminar el sufrimiento humano, pero no al ser humano que sufre. En una ocasión, el presidente de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos comentaba en una entrevista: “En un hospital donde exista un servicio estructurado de Cuidados Paliativos para la atención integral de los enfermos terminales, no tiene cabida la eutanasia”. Una de las razones principales que se aducen para que una persona solicite a su médico que ponga fin a su vida es la liberación del dolor. Ahora bien, no resulta ni prudente ni sabio suprimir el dolor mediante la finalización de la vida (según el refrán popular: “muerto el perro, muerta la rabia”). Supuesto que es posible mitigar el dolor, parece ser más digno del hombre hacer esto que administrar al paciente una inyección mortal. • La eutanasia voluntaria desalienta la investigación médica. Los adelantos médicos excepcionales hechos en este siglo han sido por el deseo de desarrollar tratamientos para enfermedades previamente fatales. Con la generalización de la práctica eutanásica podría disminuir la motivación y los recursos destinados a curar estas u otras enfermedades, ya que sería más económico y fácil dejar morir a las personas. Es más, podrían disminuir también fácilmente los recursos destinados a fomentar esos cuidados paliativos y la misma investigación en esta área de la medicina. • Peligro de abuso por parte de las autoridades. Toda legalización permisiva de la eutanasia (por minúscula que sea en un principio), como acto moral intrínsecamente malo que es, abre una puerta al abuso del poder, bien sea por parte de las autoridades civiles, o por quienes dirigen la atención sanitaria de la comunidad. Además, cuando la eutanasia se llega a reconocer legalmente se ofrece una fácil y pronta justificación que contribuye a acallar toda responsabilidad y, si acaso, también el remordimiento de conciencia. Se asiste al inicio y desarrollo de lo que es un estado totalitario que fomenta una cultura de muerte, en el que no cuenta para nada la opinión del individuo como tal, sino la opinión autoritaria y despótica de una colectividad “aristocrática” o de ciertos individuos en cuanto son los beneficiarios de tal situación. De esta manera, es muy injusto y degradante que el Estado, el cual está al servicio de todos los ciudadanos y del bien común, y que ha de esmerarse en el cuidado especialísimo de los más débiles, sea el que primero demande y promueva la eutanasia. Con la legalización de la eutanasia, además de situar en el mismo plano la vida y la muerte, se expone al que es más débil e indefenso en la sociedad al arbitrio caprichoso del más fuerte. Cuando se demanda la eutanasia, no se está realizando un ejercicio inteligente de la libertad, sino más bien un abuso de la libertad. De hecho, es comprobable que las demandas para la eutanasia voluntaria son raramente libres y voluntarias. Un paciente con una enfermedad terminal es vulnerable. Le faltan el conocimiento y habilidades para aliviar sus propios síntomas, y puede estar padeciendo miedo sobre su futuro y ansiedad sobre el efecto que su enfermedad está ocasionando a terceros. Es muy difícil para él ser completamente objetivo sobre su propia situación. Y de esta penosa situación en la que se encuentra el enfermo o el anciano se aprovechan los que tienen la autoridad legítima. Cuando la eutanasia voluntaria se ha aceptado previamente y se ha legalizado, ha llevado inevitablemente a la generalización de la eutanasia involuntaria, sin tener en cuenta las intenciones de los legisladores ni la voluntad de los enfermos. • Se resiente, se baja o se pierde el sentido moral de la sociedad. Es la llamada teoría del deslizamiento. Cuando el orden social legitima que la vida de ciertos ciudadanos no es digna de ser vivida, y por ello permite su eliminación, se inicia un camino de fácil descenso hacia la degradación del sentido moral que deben tener todos los individuos sobre los atentados a la vida humana. Se cambia y se transforma la conciencia moral pública y la de los profesionales sanitarios. Los criterios éticos son relegados al plano privado (en el mejor de los casos), y en la sociedad priman otros valores de menor categoría substancial: el utilitarismo, el sentimiento humanitario que conmueve la sensibilidad, la calidad de vida o los bienes materiales. No es exagerado decir que la eutanasia voluntaria positiva es deshumanizante; no implica un mayor progreso moral ni cívico de los pueblos; no es un “morir con dignidad”, según el eufemismo facilista y mordaz con que se intenta vender este producto. Está mucho más en conformidad con la dignidad humana dejar que la naturaleza siga su curso y aceptar la muerte cuando venga, procurando el control humano necesario y medido de aquellos factores que caen bajo su dominio para que, ahora sí, pueda darse una muerte digna. Las teorías eugenésicas nazis y las actuales ideologías a favor de la eutanasia tienen un punto en común: la falta de un concepto exacto sobre la persona humana y su dignidad, por supuesto, estrechamente vinculado a la negación de la existencia de un Dios Personal. Si la vida humana no vale por sí misma y ya no pende de una realidad fundante; si se valora la autonomía “relativa y contingente” por encima de la dependencia y la subordinación de nuestro ser creatural; si se da más valor a las realidades temporales y mundanas y se niega la existencia de una realidad trascendente; si el único conocimiento verdadero y objetivo es el que se da en el campo de la ciencia experimental; si el hombre ha surgido por azar y necesidad, lo mismo que el universo en que vive; si el progreso actual de la medicina ha proporcionado una descompensación y un desfase entre tecnología y humanización; entre praxis y ética… cualquiera puede instrumentalizar esa vida humana en orden a alguna finalidad contingente porque no se encuentra un sentido al dolor y a la muerte.
BIBLIOGRAFÍA
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