04 febrero 2007

de la sofistica (Platón) Camacho

BREVE ENSAYO SOBRE LA CONCEPCIÓN PLATÓNICA DE LA SOFÍSTICA Y LA TRASCENDENCIA ESPIRITUAL DE ESTE MOVIMIENTO EN NUESTROS DÍAS

Por MÓNICA CAMACHO SOLANO

Es deslumbrante la forma como la filosofía incita al lector a sumergirse entre tantos autores y teorías filosóficas aún cuando su punto de partida es apenas una simple pregunta o investigación. En una breve lectura cualquiera sea el tema filosófico de que se trate, resulta complicado para un simple observador abstenerse de revivir los planteamientos y cuestionamientos que han sido objeto de meditación desde los grandes filósofos y pensadores de la Antigua Grecia hasta nuestros días, toda vez que no se puede escapar a la curiosidad de conocer las mas profundas meditaciones de los seres humanos sobre el universo, el ser, la existencia, la razón, los sentidos, el hombre, Dios, etc.; que tanto los ha preocupado desde tantos siglos atrás.

Para hablar de un tema como el de los sofistas y dada la curiosidad a la que hago mención al iniciar este escrito, me vi tentada a leer un poco sobre sus antecesores, sus oponentes y la percepción que de ellos y de su modo de enseñanza se tiene en nuestros días, pues no es posible comprender a un autor, pensador, filósofo o simulador sin analizar las críticas y alabanzas que sobre sus teorías se han formulado. Es claro que para entender a un filósofo, pensador, a un manipulador del arte de la retórica, etc.; es necesario comprender el proyecto o el interés que busca solucionar, y mas que interesarnos en las respuestas dadas es importante fijarnos en los interrogantes que con sus palabras planteaba. Por su parte, los primeros filósofos de Grecia o los bien llamados “filósofos de la naturaleza” se interesaban por la naturaleza y sus procesos de cambio, creían que existía una materia primaria que era el origen de todos esos cambios. Estos pensadores constituyeron un gran avance para que la filosofía se independizara de la religión y representaron el primer paso del proceso de desarrollo de la filosofía universal pues a ellos le siguieron una serie de personajes que centraron su interés ya no en la naturaleza sino en el ser humano y en el lugar de éste en la sociedad; por lo que es en este momento cuando aparecen en la filosofía los llamados sofistas.

Desde las colonias griegas accedieron a Atenas un grupo de profesores que se llamaban a sí mismos sofistas, es decir, sabios o hábiles. Los sofistas o filósofos errantes, tenían un importante rasgo en común con los filósofos de la naturaleza: el adoptar una postura crítica ante los mitos tradicionales. Pero al mismo tiempo estos maestros del arte de la disputa rechazaron lo que entendían como especulaciones filosóficas inútiles. Opinaban que, aunque quizás existiera una respuesta a las preguntas filosóficas, los seres humanos no serían capaces de encontrar respuestas seguras a los misterios de la naturaleza y del Universo. Sin embargo, aunque no fuéramos capaces de encontrar la respuesta a todos los enigmas de la naturaleza, sabemos que somos seres obligados a convivir en sociedad.[1] Los sofistas se interesaron entonces por el hombre, su lugar en la sociedad y aquello determinado por la naturaleza y lo creado por la sociedad. Crearon debates en la sociedad ateniense al señalar que no había normas absolutas sobre lo que es correcto o incorrecto. No obstante lo anterior, es indispensable establecer una diferencia clara entre aquél que se dedica a la sofística y un filósofo ya que es esta distinción la que ha generado múltiples debates y posiciones que serán esbozadas una vez sea comprendido a cabalidad el significado que su denominación comprende.

En la antigüedad y aún en nuestra época es habitual hablar de la sofística o de los sofistas, sin embargo éstos no constituyeron nunca una escuela filosófica en el sentido tradicional del término, ni siquiera un movimiento unitario; más bien se trato de un talante intelectual y de un movimiento de renovación pedagógica, que detectamos no sólo en los sofistas sino también en otros filósofos, artistas o escritores.[2] El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define al sofista como quien se vale de sofismas. Es un término proveniente del latín sophista que identifica a un maestro de la retórica que en la Grecia del siglo V a.c. enseñaba el arte de analizar los sentidos de las palabras como medio de educación y de influencia sobre los ciudadanos. En concordancia con la anterior definición, sofisma término proveniente del latín sophisma, se define como la razón o el argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso. De igual manera, define a la sofística como un término proveniente del latín sophisticus que hace referencia a un movimiento cultural que en la Grecia del siglo V a.c. intentaba renovar los hábitos mentales tradicionales mediante el análisis del lenguaje y su utilización para influir en los ciudadanos.[3] La educación sofística, que era remunerada económicamente, tenía una doble vertiente: una retórica y otra política. La primera buscaba dotar al individuo de la preparación necesaria para salir airoso en los debates y la segunda buscaba un método capaz de asegurar la recta administración de los asuntos propios y los de la ciudad[4]. Lo que ellos buscaban no era una educación aristocrática tradicional sino una formación intelectual sistemática. Ante todo enseñaban el arte de hablar persuasivamente en público mediante la práctica de la argumentación y continuos debates sobre cuestiones políticas y religiosas.

De las definiciones de sofista, sofisma y sofística es fácilmente deducible que estos personajes que se hacían llamar así son recordados en la actualidad, contrario a las enseñanzas del filósofo Platón, como un talante intelectual y un movimiento de renovación pedagógica, como maestros de la retórica, como un movimiento cultural, como un filósofo retórico de la Grecia Antigua, etc. No obstante todas estas bondades, a estos personajes se les han criticado fuertemente a través de los tiempos y son precisamente estas críticas las que merecen un más profundo análisis pues es muy fácil comprender los apremios y adoptar una posición conforme a ellos que defender una posición crítica. Ahora bien, en este escrito se pretende estudiar las materia desde varios puntos de vista de tal manera que comprendamos a cabalidad no sólo el fundamento filosófico de este movimiento intelectual y el método de sus exponentes; también resulta indispensable plantear las posiciones que frente a esta tema han surgido desde la época antigua con Platón hasta nuestros días, es decir, exponer brevemente las ideas de quienes aprueban su labor y reconocen a los sofistas como pensadores y las ideas de quienes consideran su labor como una burla que apenas enmascara la verdad.

De la lectura de “El sofista o del ser”, obra que hace parte de los diálogos tardíos de Platón en los que aparecen nuevos temas a modo de autocrítica y reflexión sobre su propio pensamiento, se concretan sabiamente varios perfiles de los llamados sofistas, pues la obra fue escrita con la finalidad de establecer una clara diferencia entre el sofista, el político y el filósofo, toda vez que se trata de tres figuras que suelen confundirse ya que es el mismo sofista quien mediante su técnica intenta que se le vea como un verdadero filósofo, como un político con fundamentos teórico filosóficos o como una persona que representa a su vez el papel de sofista, filósofo y político. El sofista o del ser, es una obra que busca establecer una diferencia entre el modo en que el sofista comprende el mundo, su forma de conocer, de expresar sus conocimientos, su forma de pensar, su método y sobre todo, si son conocimientos son ideas puras o engaños difíciles de detectar. De esta manera Platón hace fuertes y directas comparaciones entre el llamado arte de los sofistas y otras artes practicadas por los verdaderos sabios.

Igualmente el autor Jostein Gaarder en su conocida obra “El mundo de Sofía”, hace la distinción entre un sofista y un filósofo inspirado en la filosofía platónica; idea que concreta a través de un diálogo con Sofía, la protagonista de la obra. A modo de crítica el autor menciona: “Los sofistas cobraban por sus explicaciones más o menos sutiles. Se refiere a esos maestros de escuela y sabelotodos que, o están muy contentos con lo poco que saben, o presumen de saber un montón de cosas de las que en realidad no tienen ni idea. Un verdadero filósofo, explica a Sofía, es algo muy distinto, más bien lo contrario. Un filósofo sabe que en realidad sabe muy poco, y, precisamente por eso, intenta una y otra vez conseguir verdaderos conocimientos, como fue el caso de Sócrates, quien se daba cuenta de que no sabía nada de la vida ni del mundo, o mas que eso: le molestaba seriamente saber tan poco. Un filósofo es pues, una persona que reconoce que hay un montón de cosas que no entiende. Y eso le molesta. De esa manera es, al fin y al cabo, mas sabio que todos aquéllos que presumen de saber cosas de las que no saben nada”.[5]

Para Platón, los sofistas son quienes algunas veces se hacen llamar filósofos y que la ignorancia representan bajo diversos aspectos, que van de ciudad en ciudad, que son considerados por unos dignos del mayor desprecio y por otros de los mayores honores, se les concibe en algunos lugares como políticos, en otros por sofistas y faltaría poco para que los tengan por completamente locos. Este comerciante de la verdad realiza cambios negociando las cosas del alma, vendiendo discursos y conocimientos relativos a la virtud. El comercio de los conocimientos es entendido como el arte de la sofística. El sofista es del género de aquéllos que discuten para ganar dinero y su oficio forma parte del arte de disputar, de controvertir, de luchar y de combatir. No obstante lo anterior y ante la necesidad de diferenciarlo del verdadero filósofo, Platón consigna en su obra fuertes y directas críticas frente a quienes practicaban el arte de la sofística en el entendido de que Pretender que se saben todas las cosas y que todas se pueden enseñar a otros a precio módico es una verdadera burla, pues esta claro que es un charlatán que quiere imitar la realidad. Este personaje no esta en el número de los que saben sino de los que imitan a los sabios. El imitador de largos discursos es al que se llama orador popular. No se le puede llamar como practicante del arte de la refutación por miedo a honrarlos demasiado. Si los sofistas no discutiesen bien y no tuviesen trazas de ello, o si teniéndolas, no debiesen su superioridad al arte de la controversia, nadie querría darles dinero para hacerse discípulo suyo, pues ellos aparentan estar muy instituidos en las cosas sobre las que discuten aunque no sean conocedores de todas las ciencias, luego este personaje se nos muestra como el que tiene apariencia de ciencia y no una ciencia verdadera. Finalmente, luego de un extenso debate encaminado a estructurar un perfil concreto de estos personajes, Platón concluye que el sofista a diferencia del filósofo, nos engaña valiéndose de fantasmas y su arte no es más que el arte de engañar.

Sócrates dirige también un reproche en el sentido de que los jóvenes pueden llegar a ser buenos ciudadanos frecuentando gratis a aquéllos ciudadanos dignos de estima y, en todo caso, la ciudad es en sí misma una escuela de ciudadanía. De aquí entonces que la verdadera razón del escándalo radicaba en el hecho de que los sofistas vendían sabiduría a cualquiera que pudiera pagarles.

Se ha pretendido distinguir entre una sofística eleática y otra protagorea, correspondiendo cada una de ellas a dos generaciones sucesivas de sofistas. Frente a la antigua sofística la reciente es una degeneración de la primera, que llevó a extremos de exageración las sutilezas retóricas y dialécticas de ésta. Contra esta sofística es contra la que platón y Aristóteles dirigieron sus ataques.[6] Entonces, los sofistas de la segunda generación fueron los corruptores de la moral y de la política y los responsables de la oposición con los filósofos de su época.

Para concluir esta embestida de críticas hacía la figura del sofista como tal, sus conocimientos y su método de enseñanza vale la pena resaltar una última mención en el sentido de que estos falsos filósofos, así llamados por unos, no eran investigadores ni pensadores ni oradores ni filósofos sino hombres prácticos con un programa educativo cuya finalidad no era otra que la de encantar los oídos de los jóvenes ciudadanos y educarlos para la acción política.

En nuestros tiempos, la sociedad ha experimentado cierta variación en su pensamiento filosófico más específicamente respecto de la concepción que del hombre y el mundo tenían los grandes filósofos de la antigua Grecia. No me refiero a una variación absoluta de la filosofía pues son las enseñanzas de estos maestros las que constituyen la piedra angular de la filosofía moderna; me refiero a apenas una variación leve que es el efecto normal del transcurso del tiempo. Por ello, no puede pensarse que las teorías de Platón, Sócrates, Aristóteles y demás filósofos de aquélla época resulten obsoletas dada su aparente contradicción con el pensamiento actual, toda vez que precisamente la filosofía de la Grecia antigua, cuna de la filosofía universal, pude considerarse como pura y encaminada exclusivamente a alcanzar la verdad y esa pureza. Es la sociedad quien con el pasar de los años y el olvido de los grandes pensadores de la historia, estructura nuevas teorías en su afán de encontrar la verdad. No se puede pensar que la filosofía platónica es errónea y que la verdad cambia con el transcurso del tiempo, por el contrario, no puede haber un conocimiento más certero que el de los verdaderos filósofos y sabios que han dejado como legado para la historia universal sus grandes enseñanzas, las cuales, han trascendido de generación en generación. Es cierto que sus postulados han sido objeto de estudio y complementación por las nuevas generaciones de filósofos, pero ninguno de estos innovadores postulados tiene la fuerza para desvirtuar totalmente y enterrar en el olvido las grandes enseñanzas de los sabios griegos.

En el panorama de la época moderna, algunos autores lanzando un grito de inconformidad frente a la estigmatización de la sofística a través de los siglos, pretenden resaltar algunos de los méritos y apremios de la labor realizada por los sofistas manifestando en sus escritos que si bien la sofística tiene sus antecedentes en eventos muy lejanos, la trascendencia espiritual que implicó este movimiento ha llegado hasta nuestros días. Según estos ensayistas, la sociedad no es consciente de sus reacciones sofísticas más comunes a pesar de tener algunas. Afirma un escritor cuyo nombre no aparece mencionado al pie de su obra[7]: “Tal vez no seamos concientes de nuestras reacciones sofísticas más comunes, sin embargo, tenemos algunas. Tal vez tampoco tengamos la experiencia de reaccionar intencionalmente de manera sofística lo cual, en muchas ocasiones, resultaría muy conveniente debido al pensamiento generalizado de nuestra época. Creo que muchos conflictos se resolverían de manera más sencilla si se siguiera un razonamiento sofístico”. Para este autor, el relativismo sofístico es una forma de pensamiento que en esta sociedad resulta práctica pues ante la dualidad de preguntas y respuestas es importante conducirlas de manera adecuada según los resultados que se quieran obtener. El pensamiento sofístico, afirma, sigue vivo en nuestros días al haber marcado una revolución en la sociedad griega que aun se ha detenido. Los sofistas entonces, eran hombres prácticos que no enseñaban el conocimiento sino el método para llegar a él. Entonces, a modo de conclusión de su breve escrito, asegura que el mundo funcionaría de manera más coherente si hubiera más maestros sofistas.

Desde otro punto de vista y con énfasis en la técnica de la persuasión, Ricardo López Pérez en un breve ensayo titulado “Una epistemología de la persuasión desde los sofistas, crítica y defensa de la persuasión[8] explica al lector que la persuasión es un fenómeno social de carácter habitual y permanente en todas las épocas. Bajo distintas formas, y en grados variables de intensidad, debemos concebirla como inseparable de la interacción y de la comunicación. Se trata de un fenómeno cotidiano que toca a todas las personas, y son casi 25 siglos los que nos separan de las primeras propuestas y discusiones sobre persuasión. Para él, por ingenuidad o por ignorancia, pareciera que se trata de contribuciones que ya no tienen valor actual y que permanecen reservadas sólo a quien le sobra el tiempo o bien al erudito o al historiador.

Según la definición clásica, afirma López Pérez, “La retórica es el arte de hablar bien y convincentemente. La retórica para los griegos consistía en la techné del buen decir, en el instrumento que hace posible la persuasión. La retórica se instaló y se divulgó en Grecia, teniendo su momento privilegiado en Atenas debido a la obra de unos personajes que luego serán hábiles interlocutores de Sócrates en los diálogos de Platón. Estamos hablando de un puñado de intelectuales que se auto designan genéricamente como sofistas, aun cuando en modo alguno forman parte de una categoría uniforme. Esta designación, que no es nueva en esa época, adquiere ahora un sentido muy diferente. En sus orígenes se utilizó para nombrar a quien se mostraba experto en alguna actividad. Podía ser la filosofía, la poesía, la música o la adivinación, pero siempre un sofista era un maestro de sabiduría, alguien que se proponía hacer sabio a quien recibiera sus enseñanzas. También los célebres siete sabios de Grecia fueron llamados con este vocablo. Con el tiempo, sin embargo, en virtud de la intervención principalmente de Platón, en alguna medida de Jenofonte y más adelante de Aristóteles, la palabra sofista llegó a ser una categoría infamante, asociada a una especie de comercio de apariencias”. En estas condiciones, es claro que para este ensayista fueron los sofistas los que introdujeron una nueva forma de educación independiente del estado basada en el concepto de remuneración. Se trataba entonces de un grupo de hombres cultos, creativos y llenos de iniciativa. Eran sólidos oradores, teóricos de la filosofía y la cultura, maestros y representantes de la profesión más apreciada y de mayor nivel. No se trata por lo tanto de vulgares imitadores como se les ha calificado durante tantos años sino un puñado de intelectuales y practicantes del arte de la retórica.

Son numerosas las publicaciones que en la actualidad invocan los méritos de los sofistas. Se trata de escritos que buscan persuadir al lector sobre la bondad de estos personajes y que de otra parte, pretenden desvirtuar las temerosas acusaciones que contra ellos se han dirigido a lo largo de la historia filosófica universal. Otro texto titulado “Sofistas: los grandes maestros de la persuasión” de la autoría de César Piernavieja,[9] menciona la importancia del papel de los sofistas en la evolución del pensamiento abierto por los presocráticos y continuado después de Sócrates, Platón y Aristóteles. Agrega el escritor que el papel que jugaron los sofistas se puede ver hoy como una revolución intelectual dentro del nuevo espíritu democrático que se vivía en las polis de la Grecia del siglo V a. C. Su mayor aportación se puede resumir en la frase de Protágoras “El hombre es la medida de todas las cosas”, detrás de la cual hay un giro copernicano: el hombre como centro de reflexión. Ese individualismo no se puede tomar como un sistema filosófico pues Se limitaron a crear opiniones de tipo práctico y, por tanto, subjetivas y no universales.

Finalmente y a modo de conclusión, después de conocer las diferentes posturas que sobre los sofistas han surgido desde Grecia con Platón hasta nuestra época y de comprender a cabalidad el fundamento filosófico de este movimiento; reconozco la dificultad que me representa adoptar una posición radical o una postura filosófica al respecto, pues es claro que las críticas hechas por Platón a estos falsos filósofos fueron estructuradas a partir de un conjunto de ideas y razonamientos provenientes de una mente brillante y genuina propia de este gran filósofo cuya única preocupación en la vida se resume a la búsqueda de la verdad, por lo que sus argumentos no son fáciles de ignorar. Y es por esta razón, la búsqueda de la verdad, por la que no puedo reprochar ni desestimar la teoría de Platón toda vez que sus ideas implican un esfuerzo por que el lector llegue a la verdad pura por el camino de la razón. Sin embargo, de otra parte considero que si bien los sofistas no eran verdaderos filósofos o eran apenas imitadores de los sabios, y en este punto estoy de acuerdo con Platón, debe reconocérseles por lo menos el mérito de dominar el arte de la refutación y de la argumentación pues como lo afirme en un escrito anterior, si bien los sofistas realizan cambios negociando las cosas del alma, vendiendo discursos y conocimientos relativos a la virtud, su oficio forma parte del arte de disputar, de controvertir, de luchar y de combatir por lo que no eran personajes que simplemente divagaban por la vida asumiendo como verdad todo aquello que llegara a sus oídos y empleando las mismas palabras que en algún lugar hubiesen podido escuchar, por el contrario el mismo Platón los concibió como “un animal diverso que no se deja coger con una sola mano”,[10] como un atleta en los combates de la palabra dotado de habilidad en el arte de discutir.

Es entonces el momento para reflexionar si es cierto o no que la trascendencia espiritual que implico este movimiento ha llegado hasta nuestros días a pesar de tener sus antecedentes en eventos muy lejanos. Desde mi punto de vista no creo que sea así, ya que la sofística se constituyó en su época como un movimiento aunque no filosófico, dotado de una habilidad especial para discutir, controvertir, luchar y combatir con la finalidad de trasmitir enseñanzas a los ciudadanos de sus años y de entrenarlos en el arte de la disputa. Es por ello que no podemos pensar que el mero hecho de argumentar una posición o de dominar el arte de la palabra y de la disputa, implica el resurgimiento de todo un movimiento propio de los griegos o que por ese simple hecho cualquier hombre pueda ser llamado sofista. La sofística entonces, debe ser recordada como un movimiento cultural que en la Grecia del siglo V a.c. intentaba renovar los hábitos mentales tradicionales mediante el análisis del lenguaje y su utilización para influir en los ciudadanos, es un movimiento que reposa en el espíritu de aquéllos que la practicaron en su época que aunque no ha revivido entre nosotros es recordado por nosotros, por lo que la sofística no es nada más que eso, un recuerdo.


[1] Gaarder, Jostein, El mundo de Sofía, Pág. 75. Bogotá, Colombia, Ediciones Siruela S.A., 1994.

2 Melero Bellido, Antonio, Sofistas: testimonios y fragmentos, introducción traducción y notas, Pág. 7, Madrid, España, Ediciones Gredos S.A., 1996.

[3] Diccionario de la Lengua Española. Vigésimo segunda Edición. www.buscon.rae.es/diccionario/drae

[4] Gran Enciclopedia Ilustrada Círculo de Lectores. Valencia, España, Plaza & Janés S.A. editores, 1984.

[5] Gaarder, Jostein, El mundo de Sofía, Págs. 81-82, Bogotá, Colombia, Ediciones Siruela S.A., 1994.

[6] Melero Bellido, Antonio, Sofistas: testimonios y fragmentos, introducción traducción y notas, Págs. 50-51, Madrid, España, Ediciones Gredos S.A., 1996.

[7] Los sofistas en nuestros días, www.tuobra.unam.mx

[8] López Pérez, Ricardo, Crítica y defensa de la persuasión, www.galeon.com/filoesp/akademos

[9] Piernavieja, César. Los grandes maestros de la persuasión, www.aula.el-mundo.es

[10] Diálogos de Platón. Tomo III. El sofista o del ser. Pág. 330.