23 febrero 2007

las confesiones (Agustin) Zea

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN: UN ASCETISMO EXPUESTO AL MUNDO

Por: CATHERINE ANDREA ZEA VELÁSQUEZ.

“Este será el fruto de estas mis confesiones. Mostrar no ya lo que fui, sino lo que ya soy. Conviene que todo esto lo confiese no sólo en tu presencia con una secreta exaltación mezclada de un temor y una esperanza igualmente secreta, sino también ante los hijos de los hombres que participaron conmigo en la misma fe y son mis asociados en la alegría como también en la mortalidad; conciudadanos míos que peregrinan conmigo, unos antes que yo y otros después, pero todos ellas compañeros míos de camino en mi viaje terrenal” [1]

Esta gran obra de la literatura cristiana fue escrita por el santo doce años después de su conversión, relata una experiencia de vida desde la nueva óptica cristiana, una exposición del pasado a la luz de ese nuevo presente. La obra está compuesta por trece libros que alaban y reconocen a Dios por su infinita bondad: los primeros diez narran el tránsito del pecado de aquél viejo hombre a una nueva vida espiritual, los tres restantes hablan de las Sagradas Escrituras. A través del escrito San Agustín aborda las constantes inquietudes humanas: el origen del mal; la naturaleza de Dios, la esencia del tiempo;”la evolución del individuo: la infancia, la amistad y el sexo”[2]; entre otros.

Así pues las Confesiones no pueden ser consideradas como unas escuetas memorias escritas a manera de salmos, ni un tratado teológico alejado de la problemática humana, ni como un conjunto de técnicas ascéticas dirigidas a obtener un dominio sobre sí mismo[3]. Esta experiencia religiosa es, por el contrario, el testimonio del descubrimiento de Dios y la confirmación de la acción inspirante de la Fe sobre todos los aspectos de la vida cotidiana.

Este “discurso a Dios”[4] encontró a una lectora confundida y desconcertada, ávida de la Verdad, que al pasar cada página iba descubriendo sus errores y aunque su vida no es siquiera comparable a la del Santo, dichos versos si son una referencia constante a su propia espiritualidad, estos testimonios la inspiraron a buscar la acción de Dios y a no “ quedarse en la actitud de turista espiritual, curioseando por medio de un conocimiento meramente especulativo, sino para determinarse por él”[5] como lo hizo muchos años antes Santa Teresita del Niño Jesús.

Dos fueron los temas que me cautivaron en la lectura, trastocaron mi mente y se colaron en mi corazón: el descubrimiento de Dios, de la verdad eterna; y la conversión de un hombre por la infinita misericordia del Creador. Estas son las cuestiones que en los siguientes párrafos quisiera desarrollar.

Para muchos las Confesiones constituyen un tratado teológico y ético, sus trece libros contienen también el pensamiento filosófico de San agustín que impulsa a la búsqueda de la Verdad, un neoplatonismo cristiano, según el cual el hombre no puede conocer a Dios por fuera de sí mismo, lo recuerda, mediante la facultad que el Sumo Bien dispuso en nuestros espíritus, es en la memoria donde se encuentra a la Verdad cuando nos acordamos de Él. La razón según el obispo de Hipona nos muestra el conocimiento verdadero de Dios, pero solo Cristo nos enseña el camino.

¿Pero en cuál lugar de mi memoria estás presente, Señor? ¿Qué morada, qué santuario te has construido en ella? Tú me has concedido la dignidad de habitar en mi memoria, pero yo me pregunto por la secreta morada de tu presencia. Dejé primero de lado aquellas partes de la memoria que nos son comunes con las bestias cuando de ti me acordé, pues a ti no es posible hallarte entre las imágenes corporales. Vine luego al lugar de la memoria en que se guardan los afectos y los sentimientos, pero tampoco allí te encontré. Pase luego a la sede del espíritu, que puede recordarse a si mismo y tiene, en consecuencia asiento en mi memoria; pero allí tampoco estabas…Todas estas cosas mudables; tú, en cambio, permaneces inmutable sobre el vaivén de las cosas, pero te dignas habitar en mi memoria en la cual tuve noticia de ti. ¿Para qué, pues, me preocupo por saber en que lugar de ellas estás, como si en la memoria hubiese realmente lugares? Lo cierto es que habitas en mí, y que te recuerdo siempre, desde que te conocí; y en la memoria te hallo cuando me acuerdo de ti”[6]

La transformación espiritual fue una decisión que trastocó toda la existencia del hiponiense, implicó un replanteamiento de los principios que movían su vida, pero nunca un sacrificio de la razón, pues solo es a través de ella que se descubre al Primer Motor.

Después del descubrimiento queda un Agustín convencido hasta los huesos de la existencia de Dios y de su tutela sobre la vida del hombre. Las confesiones son pues, una prueba de la piedad que el Señor tuvo con un pecador, San Agustín comprende y nos hace ver que por nuestra carnalidad, siempre estaremos expuestos al pecado.

San Agustín converso fue un hombre que renunció a la retórica y se trasladó a una casa de campo en donde se consagró a la oración, al estudio, la penitencia y la vigilancia de sus sentidos. Un primer acercamiento a esa vida austera nos hace pensar que la propuesta ascética del santo es un total ostracismo y una eliminación de la cultura como manifestación de la inteligencia. ¿Cómo practicar entonces, el estilo de vida de San Agustín en una vida no monacal? ¿No incurriríamos en un ascetismo exegético que olvida que en el hombre junto con el espíritu esta compuesto de la carne?

Una lectura más profunda de la obra nos deja entrever que el concepto de ascetismo esta expuesto al mundo, por eso debía ser más rígido procurando no producir una fractura con la sociedad, asegurando una disciplina férrea de la voluntad. La conversión implica así, un cambio de vida, una separación absoluta de ciertos comportamientos y lugares que para el no convertido le son lícitas, es por eso que San Agustín nos invita a alejarnos de ciertos espectáculos públicos y demás vicios que nos impiden alcanzar la sabiduría.

San agustín nos muestra una separación del mundo sin desconocerlo, por ello conforma una pequeña comunidad de vida monacal: hombres virtuosos que velan mutuamente por su propia disciplina e impidan a los otros decaer, comunidad que surgen como modelo de la moral y sabiduría en la sociedad. A la vez que propendía por la expansión del cristianismo a toda la sociedad.

San Agustín es un modelo de perseverancia, de santidad, en esta su obra más personal da una viva y realista imagen de una autentica vida espiritual, que ha sido a lo largo de los siglos una “terapia revitalizadora” y esperanzadora para quienes se sienten agobiados y confundidos en este mundo caótico.

De la vida debemos tomar aquellas cosas que nos hagan el bien, que sirvan a nuestra espiritualidad, no para alejarnos del mundo sino para cambiar el mundo, todas las personas deben procurar en su vida hacer el bien, cada quien puede llegar a ser un santo dentro de su profesión y estilo de vida. “El discernimiento percibe los signos de la constante acción del Señor en nuestras vidas y demuestra que la fe no es una árida abstracción, o una piedad a bobas como diría Santa Teresa de Jesús, sino que constituye un tejido conexo con la vida cotidiana, so pena de verse privada de sentido”[7].


[1] Confesiones de San Agustín, X, 4, 2.

[2] Las Confesiones de San Agustín: un manual de control de la voluntad individual. Luis F. Jiménez Jiménez. Revista Venezolana de filosofía 36/37 (1998).

[3] Las Confesiones de San Agustín: un manual de control de la voluntad individual. Luis F. Jiménez Jiménez. Revista Venezolana de filosofía 36/37 (1998).

[6] Las Confesiones de San Agustín, X, 25.