05 marzo 2007

Ética Eudemia (Aristóteles) Castiblanco

ÉTICA EUDEMIA

Por Mónica María Neiza Castiblanco Parra

La felicidad como fin último de la actividad humana ha sido objeto de múltiples interpretaciones, todas ellas orientadas a establecer una definición de la cual pueda inferirse no sólo su naturaleza sino la viabilidad en cuanto a su consecución. Los estudiosos del tema, vale decir los filósofos, coinciden en su importancia, pero no así en su concepto, en tanto que para unos la felicidad o eudaimonía se concreta en ciertos bienes materiales, mientras que para otros, resulta ser un bien eminentemente inmaterial. Así las cosas, es menester dar a conocer algunos de tales planteamientos, entre ellos el de Aristóteles, que al referirse a la felicidad como fin supremo perseguido por la sociedad la define como una actividad propia del alma.

La doctrina aristotélica en torno a la felicidad se desarrolla ampliamente en la Ética Eudemia, obra que según algunos tratadistas esboza claramente el pensamiento de Aristóteles en cuanto a moral y comportamiento humano se refiere. El punto de partida es la formulación de la felicidad como bien supremo del comportamiento humano, pretendiendo establecer una serie de argumentos que permitan persuadir al lector no sólo en cuanto a la definición misma de felicidad sino a los medios a través de los cuales puede lograrse. La eudaimonía de Aristóteles parece consistir en el vivir bien, lo cual presupone la realización de una serie de actos guiados por la razón que permitan lograr un punto intermedio entre el exceso y el defecto; la felicidad lejos de lo que usualmente podría pensarse, no se concreta en la belleza, en el placer o en honor, es más bien un estado que trasciende y que se aleja en un alto porcentaje de un cúmulo de bienes externos que en la mayoría de los casos, impide que las personas puedan comprender y alcanzar claramente la verdadera felicidad.

Aristóteles plantea la felicidad como una actividad del alma argumentado que en el interior de cada ser existe una parte volitiva y una intelectual siendo ésta última la que ha de guiar el comportamiento del ser humano. La felicidad es entonces exclusiva del hombre toda vez que implica la intervención plena del elemento intelectual en todo nuestro actuar; así, la virtud será ese punto de equilibrio que toda persona debe procurar si de lo que se trata es de lograr la felicidad.

La felicidad así planteada resulta ser en estricto sentido la que el común de las personas pretende alcanzar a lo largo de su vida, es ese estado de eudaimonía que el hombre busca mediante la realización de diversas actividades. Podría concluirse que la felicidad entendida de una forma distinta a la que Aristóteles plantea es errónea, pero ello podría ser un tanto apresurado si no se tienen en cuenta algunas de las posturas filosóficas que defienden la idea de la felicidad como la concreción de ciertos bienes materiales.

Atendiendo lo anterior, es conveniente mencionar la proclamada por Epicuro según la cual la existencia del placer, entendido como la ausencia del dolor, resulta ser el presupuesto necesario para lograr la felicidad. En otros términos, la felicidad es la serenidad del ánimo o ataraxia, es decir, que su consecución supone la ausencia de dolores tanto físicos como psíquicos. Tal proposición, viene a ser una clara representación de la tesis según la cual la felicidad debe circunscribirse a un bien eminentemente externo, lo cual es en cierto modo lógico y por qué no entendible si se tiene en cuenta que universalmente Epicuro ha sido reconocido como un ferviente seguidor y practicante del hedonismo.

Es igualmente pertinente exponer el planteamiento promulgado por Arthur Shopenhahuer que en relación con la viabilidad de la consecución de la felicidad como fin último de toda actividad humana señala que la proposición de una vida feliz es un eufemismo en el sentido de que sólo puede considerarse la felicidad como el vivir lo menos infeliz posible. Afirma que la felicidad es siempre negativa mientras que el dolor es siempre positivo, o sea, que la vida implica para el hombre padecimiento. De esta forma, el ser humano debe aspirar a la ausencia de dolor, el cual guarda una íntima relación con la salud como elemento estructural del actuar del hombre.

De lo anteriormente expuesto puede concluirse que el pensamiento de Aristóteles parece ser el que más se adapta al postulado según el cual la felicidad es el bien supremo perseguido por la actividad humana ya que es evidente que de acuerdo con su postura la consecución de la felicidad es perfectamente viable bajo el entendido de que el hombre debe optar por el desarrollo de actividades propias del alma y más concretamente de la parte racional. De esta manera, la felicidad no puede concretarse en bienes materiales ya que ello implicaría que aquél que carece de los medios suficientes para adquirirlos no pueda alcanzar la felicidad. Así las cosas, es evidente que este escrito no sólo pretende enaltecer la tesis propuesta por Aristóteles en la Ética Eudemia sino a la vez demostrar su utilidad y aplicación práctica, es decir, que sus postulados son perfectamente aplicables en el comportamiento humano toda vez que el hombre dada su naturaleza busca desarrollar actividades guiadas por la razón y orientadas a la obtención de un pleno bienestar que, en últimas es en lo que consiste la felicidad.