05 marzo 2007

Un juicio a Kant (Kant) Hermida

Un juicio a Kant Por Camilo Andrés Hermida Cadena

Este trabajo tiene como único propósito la formulación de una serie de inquietudes que surgen, a juicio de quién escribe, de la ética Kantiana, y en específico, de algunos componentes de los cimientos con base en los cuales Emmanuel Kant pretende dar respuesta a la pregunta ¿Qué debo hacer?

Para lograr la finalidad arriba propuesta, que es la esencia misma de este ensayo, y en aras de alcanzar una mayor compresión de la obra de Kant, se hace necesario realizar una breve exposición de los principales postulados que constituyen el objeto de los diferentes cuestionamientos y que integran su teorética.

En un primer planteamiento Kant afirma que la noción de buena voluntad es lo único que puede considerarse como bueno sin restricción, es decir, bueno en sí mismo, bueno por el solo querer. Considera que la buena voluntad puede determinar el comportamiento humano, que no movido por algún factor externo y solamente por la razón pura puede llegar a ser catalogado como moral. Se trata pues, de condicionar la calificación de una acción como moral a que haya sido causada por la voluntad autónoma, ajena a móviles subjetivos y empíricos, cuando es el resultado de obrar “por deber”.

Ahora bien, es innecesario hacer un análisis profundo para encontrar que Kant en esta primera idea cae en contradicción, tal y como se muestra a continuación. Por un lado, sustrae de todo valor ético a la conducta humana que responde a un móvil, a una finalidad, a un interés, pero por otro, reconoce que un comportamiento es moral cuando responde a la buena voluntad, “al sólo querer”, por el respeto al deber. De lo anterior se infiere que hasta la buena voluntad, incondicionada para Kant, realmente es condicionada, y que si es buena no lo es por el puro querer per se, sino por un querer interesado y dirigido al cumplimiento de las leyes universales y objetivas descubiertas por la razón. Bien se puede decir que la acción determinada por la buena voluntad, por el “sólo querer”, no es tan desprendida como Kant lo afirmo, pues irrefutablemente siempre tiene un interés, cosa distinta es que se dirija a alcanzar un fin que insoslayablemente debe tenerse como el más valioso de todos y que es “el actuar por deber”. Sería entonces más preciso afirmar que una conducta tiene entidad moral cuando única y exclusivamente es determinada por la voluntad racional que es buena en sí misma, no porque no dependa de nada, pues siempre entraña el concepto de deber que es la necesidad de actuar para cumplir una ley moral proveniente de la razón.

Otro problema de importancia medular, no susceptible de resolverse tan pacíficamente, es el referente a la función que cumple la razón en la fundamentación del edificio de la moral para kant y que puede resumirse en la siguiente pregunta ¿La razón construye o descubre la ley moral que debe determinar la buena voluntad? Como punto de partida para la solución del interrogante aqui planteado es relevante señalar el altísimo influjo que tuvo el movimiento racionalista en el pensamiento de Kant, y que conducirían al corolario consistente en que para Él los principios éticos son creación de la razón, y que el bien depende ya no de la voluntad divina sino de la razón, del yo. Además Kant en sus obras reconoce expresamente que la ley moral es dada enteramente de modo apriorístico por la razón, de suerte que son producto de la razón pura, extraña a cualquier experiencia.

En este orden de ideas, se hace pertinente formular algunos reparos. En primer lugar, es preciso apartarse de la posición del filósofo en la medida que, más que una tarea de construcción de leyes morales, lo que hace la razón es una quehacer de descubrimiento, una labor del hombre en su esencialidad de ser dotado de razón que le permite menos que crear, y más bien encontrar las leyes universales y objetivas que siempre han existido y que siempre habrán de existir e informar los diferentes sistemas normativos, bien jurídicos o morales, establecidos para reglar el comportamiento humano. Se trata pues, de descubrir y conocer a verdad, de encontrar a través de la razón el orden natural que está impuesto en todas las cosas, pero no de reemplazarlo por sus creaciones y mucho menos por la imaginación como lo sugiere Kant.

Por vía de ejemplo, se analizará el siguiente imperativo para mostrar como encuentra su génesis en el estado natural de las cosas y no en la creación de la razón pura. Reza el mandato “No matarás a nadie, sino en caso de legítima defensa”. Como se ve, la anterior ley es de carácter moral, es un imperativo categórico en razón a que el mandato que contiene consagra una necesidad absoluta y objetiva. Cabe entonces preguntarse ¿Es esta ley producto de la creación de la razón o del descubrimiento de la ley universal hecha por la facultad común a todos los racionales? A lo que necesariamente deberá responderse que el derecho a la vida y su correlativa obligación general de respeto por parte de los racionales no puede ni podría entenderse como una derivación de la razón, como una fijación caprichosa de la misma, pues es irrebatible que no es algo distinto a la más importante y necesaria regla de respeto y convivencia en toda sociedad, a la prohibición elemental de no poder disponer de la propia vida ni de la de los congéneres, proscripción que no atiende a dimensiones temporo.-espaciales y que descansa en lo que podría bien denominarse “ el justo natural” que de ninguna manera es producto de la razón.

Para Kant es un hecho que la ley moral es fruto de la razón, lo que es coherente con su teoría del conocimiento, pero a todas luces inaceptable. Mal haría el filosofo alemán si aceptara que la moral es resultado del descubrimiento de la ley universal, del conocimiento de la verdad, sí niega la posibilidad de que las cosas se pueden conocer como son en sí, cuando se condena a tener un conocimiento de la realidad restringido y limitado a la idea que el se representa, es decir, a su propia idea.

Pasando a otro plano, resulta conveniente entrar a reflexionar sobre la afirmación de varios detractores de la moral Kantiana, respecto a que esta es una ética vacía, sin contenido, no material, en esencia formal. Podría pensarse que se trata de una ética formalista, pues Kant en su afán de descubrir y exponer el principio fundamental de la moralidad y ante todo de construir una ética trascendental, en su autentico sentido, quiso reducir todo el problema del comportamiento humano a una fórmula “mágica”, como si se tratara de una ciencia exacta, tratando de seguir el paradigma de la Física. Consecuente con ello, Kant consideró que todo imperativo categórico o ley moral, lo seria en tanto que su máxima cumpliera la forma de la universalidad, criterio de enjuiciamiento y que enunciaba en la siguiente fórmula “Obra sólo de acuerdo con aquella máxima, por la que a la vez puedes querer que se convierta en ley universal”.

Se colige también la intención del filósofo de hacer una ética formal, de su consideración, aquí ya estudiada y de la que ya se discrepó, de que el valor del querer radica en sí mismo, por lo que bajo la óptica de su contenido o finalidad, la buena voluntad es una simple forma o querer en cuanto querer.

Así pues, frente a una moral formalista y con la deducción lógica de que una acción puede ser calificada como moral cuando aprueba el examen mental de universalidad que le propone la conciencia vale la pena preguntarse ¿Puede sin restricciones ser la universalidad el fundamento de que una máxima determine la voluntad personal? ¿La propiedad formal de una máxima tiene la entidad suficiente para servir como criterio para la rectitud de su contenido?

Contrario a lo que podría pensarse no es descabellado afirmar que le ética kantiana, pese a ser vacía de materia, falle en su propósito de responder a la pregunta ¿ Qué debo hacer?, pues es diáfano que su mentor se encargó de establecer las reglas que habrían de determinar su contenido y que, en sana concordancia con lo arriba expuesto, no podría ser otro distinto que la ley universal descubierta por la razón, es decir, aquella ley natural cuya exigibilidad y permisibilidad sea predicable de manera universal, por pertenecer al orden natural de las cosas. Con esta precisión, es posible consentir en que la universalidad como calidad formal de la ley moral sí puede y debe legitimar la rectitud de su contenido pues dicha característica sólo se predica de la ley natural, que se tiene como objetivamente moral y por ende exigible a todos los racionales.

Finalmente es útil indagar en la inquietud de Kant quien asintió en la idea de que a través de la investigación moral es casi imposible entrar a establecer con gran precisión, cuándo una acción encuentra como única causa determinante el interés moral. Kant no responde cómo es posible y por qué es necesaria la proposición sintética a priori, es decir, la ley de la moralidad, ni explica por qué ni cómo, en últimas un ser humano con una voluntad que puede verse afectada por diferentes tendencias, inclinaciones o afectos, termina por actuar por el sólo respeto al deber.

No puede pasarse por alto que es difícil de encontrar, por no decir que imposible, un ejemplo en el que quien obra lo haga sólo por la buena voluntad, por el sólo querer que contiene el concepto de obrar por respeto al deber, dejando de lado cualquier otro interés. Probablemente esta sea la muestra de Kant pecó por idealista, al pretender hacer una ética para todos los racionales, dentro de los que incluyo a los ángeles, dirigida más bien a estos que a sus destinatarios reales que son seres humanos que sienten, que viven intensamente, que se emocionan, que razonan y saben lo que deben hacer a pesar de que no siempre lo hagan, pero que ven, ante todo en la teorética kantiana, una práctica dura, por demás quimérica.